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viernes, 27 de mayo de 2011

Producción textil en la Real Audiencia de Quito

Introducción

Estamos en pleno siglo XXI y nuestro país se encuentra en una disyuntiva interesante. De pronto, el petróleo se convirtió en el oro negro y en la única fuente de ingresos de muchas naciones del mundo. Pero, ¿Desde cuándo vivmos de él? Desde 1972, es decir que hemos estado viviendo de él por menos de 40 años. Y...¿a quién se lo vendemos? Pues en su mayor parte a los Estados Unidos. Pero actualmente estamos atravesando impases diplomáticos con el país del norte y el mundo ha desatado una gran polémica sobre el "atrevimiento" nuestro de enfrentarnos con los amos del norte. Pero....¿debe el Ecuador seguir viviendo sólo del petróleo? ¿Es Estados Unidos el único país con el que podemos comerciar? Lo que muchos ecuatorianos de hoy en día desconocen, es que hace más de cuatrocientos años, los colonizadores españoles descubrieron en las manos de hábiles indígenas nuestros, una mina de oro que sustentó nuestra economía por casi doscientos años seguidos: los textiles.
El siguiente es un breve esbozo de lo que fue la producción textil en los territorios de lo que hoy es Ecuador desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII.

La conformación del estado colonial

En 1534, los españoles consolidaron su presencia en los territorios del actual Ecuador, a través del arduo proceso de conquista liderado por Sebastián de Benalcázar. A raíz del establecimiento definitivo de los ibéricos en Quito, la Corona inició una nueva organización del espacio y de los recursos. La conquista y posterior colonización de América fue para España y Portugal, el mayor acontecimiento de su historia moderna, por cuanto les permitió expandir sus fronteras territoriales, así como también  ampliar su horizonte comercial.

El período histórico comprendido entre 1534 a 1563 se caracterizó por ser una etapa de conformación del nuevo orden, fundación de ciudades, repartición de tierras entre los conquistadores, llegada de las primeras órdenes religiosas e intentos de evangelización de los indígenas. Es durante estos años cuando la Corona española establece la encomienda, como primera institución oficial de control, según la cual un español tenía el derecho de poseer una tierra con el fin de ponerla a trabajar con la mano de obra local y así garantizar el pago de tributos a la Metrópoli. Paralelamente éste debía asegurar la protección y adoctrinamiento de los indígenas. 

Supuso una manera de recompensar a aquellos que se habían distinguido por sus servicios y de asegurar el establecimiento de una población española en las tierras recién descubiertas y conquistadas[1]

Esta institución, con el tiempo se convirtió en un medio de explotación para las poblaciones originarias de todo el continente, hasta que en 1512 se promulgaron las Leyes de Burgos, tendientes a salvaguardar la integridad de los naturales. Pero debido a las constantes críticas del sacerdote Bartolomé de las Casas, la Corona promulgó en 1542 las Leyes Nuevas, las mismas que suponían la abolición de la esclavitud y de la servidumbre personal de los indios, así como un duro golpe a la encomienda.

Durante este tiempo, Quito dependía política y administrativamente del Virreinato del Perú, pero debido a las largas distancias entre las ciudades importantes como Quito y Lima, el rey Felipe II, creó la Real Audiencia de Quito, en 1563, hecho que permitió a estos territorios a ser focos dinamizadores de economía. 

Desde fines del siglo XVI se abre un nuevo período de la dominación colonial en la Audiencia de Quito. La estrategia española orientada a hacer de América un centro proveedor de metales preciosos, generó una especialización regional dentro del imperio colonial[2].

El cuerno de la abundancia

Durante el siglo XVII, la vida en las ciudades coloniales pudo desarrollarse sin el apremio y la incertidumbre de la ciudad violenta del siglo XVI. Existía cierta calma y una fluidez del sistema colonial[3]

El intercambio comercial regional determinó la formación de un importante mercado a su interior. A través de éste, se comerciaban una serie de productos básicos que autoabastecieron al Virreinato. Así, pues, en este espacio productivamente autosuficiente la importación de productos europeos fue poco importante.

A nivel ideológico, la Contrarreforma de la Iglesia Católica se instaló fuertemente en la audiencia, con nuevas formas de atraer a la población de forma masiva. La sociedad se fue desarrollando en medio de las contradicciones producidas entre los “blancos” e indígenas.  

Durante el siglo XVII, las ciudades fueron tomando una fisonomía física, cultural y social propia, y vivieron tiempos de consolidación y esplendor tanto económico como artístico[4]. En los campos y en los centros urbanos, la situación de los indígenas era muy dura, debido al maltrato y la explotación. No obstante, los españoles lograron contener alzamientos populares hasta el siglo XVIII. 

Hacia la década de 1560, la Real Audiencia de Quito empezó a perfilarse como una región estratégica dentro del sistema comercial hispanoamericano como productora de tejidos prevenientes de los obrajes instalados por los españoles, principalmente en la Sierra centro-norte (actuales provincias de Chimborazo, Tungurahua, Cotopaxi, Pichincha e Imbabura). En estas tierras, los indígenas eran conocidos desde tiempos inmemoriales por su habilidad textil, la misma que fue aprovechada por los ibéricos. 

Por la misma época, se descubrieron las minas de oro de Zaruma, consideradas por muchos cronistas como las tierras más ricas hasta llegar a Potosí. La Corona autorizó su explotación, cuyo auge se desarrolló entre 1585 a 1628. La minería se convirtió en el primer motor dinamizador de la economía colonial hasta que fueron descubiertas las minas de plata del cerro rico de Potosí en Bolivia y poco a poco se agotaron las vetas zarumeñas. 

“La riqueza de la Audiencia, a falta de minas, se concentró en la producción de textiles”[5]. Esta producción tenía como principales mercados a las ciudades de Lima y Potosí. Hacia el año 1600, Quito se había consolidado como el mayor taller textil de Sudamérica. La dificultad de traer tejidos de España, la abundante mano de obra indígena barata y con gran dominio de las más variadas técnicas y la necesidad de tener gente trabajando con el fin de recaudar los tributos para el rey, fueron factores decisivos para el auge obrajero. Muy a menudo, los obrajes se convirtieron en lugares de explotación con condiciones de trabajo inhumanas.

Fernando Silva Santiesteban afirma que en el Virreinato del Perú los obrajes a fines del siglo XVII llegaron a sumar 300. En Huamanga y el Cuzco su producción anual bordea las 60.000 varas de bayetas, pañetes y jergas[6]. Mientras que solamente el obraje de Otavalo con 500 operarios en el período comprendido entre 1660 a 1672 produjo una media anual de 20.000 varas de paños finos. 

La necesidad de ovejas para obtener materia prima fomentó una economía ganadera en los valles interandinos y causó profundos cambios ecológicos, alimenticios, de vestimenta y de transporte. Transformó el ordenamiento agrario aborigen, dedicado al cultivo intensivo y no al pastoreo. Se terminó con la lógica de complementariedad de pisos ecológicos y se introdujeron técnicas que impactaron los delicados suelos andinos[7].

Tipos de obrajes

Aunque existen varios estudios realizados en torno a la producción textilera preindustrial de Quito en la colonia, la mayoría de investigadores sostienen que los principales tipos de obrajes eran los de comunidad y los de particulares. Sin embargo también se lograron identificar otros denominados chorrillos, obrajuelos y los que pertenecieron a la Corona. 

Obrajes de comunidad: Entre 1560 a 1570 surgieron los primeros obrajes denominados de comunidad, debido a que fueron instalados en las plazas de los pueblos de indios. Esto garantizaba tener mano de obra y una mejor recaudación de los impuestos. Tales obrajes estaban administrados por el corregidor del pueblo, quien debía garantizar el adecuado cobro de los tributos con el fin de obtener su salario y los pesos para pagar al Rey. En Sigchos, Latacunga, Riobamba, Alausí y Ambato se establecieron algunos. 

Obrajes particulares: La prohibición de utilizar mano de obra indígena, en vigencia desde 1704, ocasionó el cierre de muchos obrajes de comunidad, para dar paso a la consolidación de los obrajes particulares. Ya para entonces había surgido el régimen de haciendas, que permitió un florecimiento de la textilería en obrajes privados, permitidos a los hacendados[8]

Chorrillos: Eran establecimientos domésticos y a domicilio, que funcionaban en los alrededores y aun en la propia ciudad de Quito, con unos 30.000 operarios indígenas[9]

Obrajuelos: Constituyeron unidades productivas de carácter doméstico, que generalmente se instalaron en las afueras de las ciudades, aunque también los hubo en los patios de las casonas familiares. Estas unidades menores trabajaron con mano de obra especializada, es decir, con indígenas que habían aprendido el oficio previamente y conocían cada una de las fases productivas del tejido de los paños.

De la Corona: EI obraje de Peguche habría sido el segundo en importancia de la región norte. A fines del siglo XVI ya existía el obraje mayor de Otavalo y en 1662 Pedro Ponce Castillejo funda el de San Joseph de Buenavista de Peguche. Los Obrajes localizados en Otavalo pertenecían a la corona: el Mayor de Otavalo disponía de 500 trabajadores, por 10 que era una de las mayores fábricas del periodo colonial, mientras que la de Peguche contaba entre 200 y 300 indios; la producción de los obrajes, entre 1666 y 1672, tenia un promedio anual unas 200.000 varas de paño azul[10].

Rutas comerciales
La aristocracia criolla y la Iglesia eran las principales promotoras de la actividad textil. Los obrajes producían tejidos tan diversos como paños blancos, azules y negros, mantas, bayetas, alpargatas, sombreros y productos de fibra de cabuya. 

Hacia el norte, los comerciantes llevaban la mercadería por la vía de Pasto, Popayán, hasta Bogotá. La otra ruta, quizá la más importante era la que iba a Guayaquil por el antiguo camino de Guaranda. Los tortuosos caminos que no podían usarse la mitad del año debido a las lluvias, dificultaron la salida de los productos quiteños al puerto principal y desde ahí a regiones tan distantes como Panamá y España. 

A pesar de los permanentes intentos por buscar otros puertos de salida, a través de Bahía de Caráquez y Esmeraldas, los intereses de los ciudadanos del puerto así como los de la Corona, preocupada por controlar el contrabando, impidieron que esos proyectos prosperaran[11].

Desde Guayaquil, los tejidos eran trasladados en barco al puerto de El Callao en Lima, y desde ahí al interior de los Andes peruanos hasta llegar a Potosí. También se extendió el comercio con el norte de Argentina y Chile. Otra ruta iba desde Quito al sur por la vía de Cuenca hasta llegar al norte del Perú. 

Mientras Loja se debatía en medio de una crisis producto de la debacle de las minas locales, los andes centro-norte vivían un auge. Por su parte, Guayaquil se iba consolidando como el principal astillero del Pacífico americano. 

La crisis del 1700

El siglo XVIII comenzó con la noticia de que después de intensas disputas, los Borbón se hicieron con el poder monárquico en España. Los nuevos reyes pretendieron superar las formas anteriores de administración colonial, en un intento por competir con sus eternos rivales tales como Inglaterra y Francia. Mientras Europa se encontraba en el inicio de un auge industrial sin precedentes, la Metrópoli se había estancado. Entonces se introdujo las denominadas “reformas borbónicas” con una serie de limitaciones para las colonias americanas, especialmente para el sector textil de la Audiencia de Quito. 

Después de varias décadas de sobreexplotación, la población indígena estaba diezmada por la propagación de pestes y las malas condiciones de vida que llevaban. A esto se sumaron terremotos y una contracción de la economía. Los metales preciosos de las minas altoperuanas comenzaron a escasear, lo cual produjo una aguda crisis que afectó al comercio quiteño, principalmente al de los textiles, ya que se perdió una buena parte del mercado cautivo. Por otro lado, el libre comercio impulsado por la Corona facilitó el ingreso de tejidos de España. Todo esto trajo una acelerada desmonetización de la economía y la consecuente depresión[12].  

Como resultado de este proceso, la ganadería se fue desarrollando en la región centro-norte de los Andes y con ella se consolidó el latifundio como fuente de poder económico de las élites criollas. Los pocos obrajes que sobrevivieron a la crisis se insertaron dentro del sistema de hacienda y algunos mantuvieron importante producción para el consumo interno, manejados por dueños particulares. 

Es importante resaltar entonces, la gran importancia que llegó a tener la producción textil en los territorios del actual Ecuador por más de cien años.


[1] "Encomienda americana." Microsoft® Student 2008 [DVD]. Microsoft Corporation, 2007.
[2] Ayala Mora, Enrique. “Resumen de la Nueva Historia del Ecuador”. Corporación Editora Nacional. Quito. Pág.: 42.
[3] “Hacia el apogeo colonial”. Artículo publicado en Kalipedia. ec.kalipedia.com.
[4] IDEM.
[5][5] Clarence Haring. “Comercio y Navegación entre España y Las Indias”. México. Fondo de Cultura Económica. Pág.: 411. Tomado de Jácome, Nicanor. “Economía y sociedad en el siglo XVI”. Nueva historia del Ecuador. Vol. 3. C.E.N. Pág.: 159.
[6] Salas de Coloma, Miriam. “Estructura colonial del poder español en el Perú”. Tomo II. Universidad Católica del Perú.
[7] Tomado de ec.kalipedia.com.
[8] Salvador Lara, Jorge. “Historia de Quito, luz de América”. FONSAL. Editorial TRAMA. Quito. Pág.: 108.
[9] IDEM. Pág.: 108.
[10] Varios, Autores. “Acerca de Quito y Peguche”. FLACSO. Quito. Pág.: 14.
[11] Tomado de ec.kalipedia.com.
[12] Ayala Mora, Enrique. Op. Cit. Pág.: 51.

Libertad y Educación...

Esbozar un concepto de libertad resulta bastante complejo, si tomamos en cuenta que a lo largo de la historia de la humanidad, el hombre ha obrado según la sociedad en la que le tocó vivir. Para el filósofo y escritor Farnando Savater, “la libertad es una necesidad de nuestra condición, no podemos dejar de ser libres”[1]

Hace 130.000 años, cuando surgieron los primeros Homo sapiens modernos, la tierra era un lugar donde estos seres vivían con absoluta libertad, andaban por doquier y vivían de lo que encontraban, ya sean restos de animales o frutos y plantas silvestres. 

Paralelamente, con el aumento de la población, también se incrementaron las necesidades y, conforme el hombre fue avanzando en su conquista del mundo, se hizo necesario que exista un tipo de organización. Así surgieron las primeras bandas, como una de las primeras formas de organización social. En ellas todos sus miembros participaban de todas las actividades como cazar, recoger alimentos o participar de alguna ceremonia. No existía una autoridad centralizada, sino un jefe que actúa en situaciones específicas[2].  

Posteriormente surgieron las tribus, con una forma de organización más compleja y en la cual ya se requirió de una autoridad, la misma que podía recaer en una persona, como en un consejo conformado por los miembros más sabios. De ese modo la humanidad tuvo que organizarse y luego, con la expansión de estas culturas se produjo el contacto con otras y entonces se dio paso al intercambio no sólo de productos comerciales y agrícolas, sino también de ideas y valores.

Dentro de esta organización, fue necesario crear normas que debían regir a estas sociedades, así como algunos principios que les permitiera entablar relaciones con otros pueblos. Por otro lado,  el hombre tuvo la necesidad de cuestionarse acerca de todo aquello que le rodeaba. Montañas, ríos, el rayo, la lluvia, eran fenómenos para los cuales necesitó una explicación. Entonces surgieron los mitos y las leyendas, y, posteriormente, los primeros dioses a quienes se les atribuyó el origen divino de dichos acontecimientos. Esto devino en el surgimiento de las primeras religiones y cultos, lo cual significó que las distintas sociedades debieran buscar maneras de socializarse entre sí, pero respetando las creencias del otro. 

En muchos pueblos de la antigüedad, hombres y mujeres vivieron, de cierto modo, libres, pues aunque todos eran regidos por un jefe, tenían los mismos derechos, oportunidades y acceso a los recursos. Pero pronto surgieron las primeras grandes culturas expansionistas en Mesopotamia, el norte de África y el Mediterráneo, las cuales debido a su forma de organización socio-económica, limitaron las acciones de sus habitantes, debido a que establecieron nuevas leyes y dieron paso al nacimiento de las primeras clases sociales.

Los recursos ya no eran repartidos de la misma forma entre los habitantes de la civilización, puesto que las clases dominantes (políticas y religiosas) tenían mayor acceso a la producción y, los excedentes servían para el comercio. Del mismo modo, el interés por obtener productos de otras tierras llevó al ser humano a conquistar otros territorios. Así los griegos y romanos y, posteriormente los cristianos, expandieron sus dominios a costa del sometimiento de decenas de pueblos. 

Para el siglo XV, Europa se fue consolidando como el continente de más rápido crecimiento económico, debido a que la mayoría de culturas que allí se asentaron tuvieron una evolución que los hizo ser expansionistas. Gracias al desarrollo de la navegación y a los posteriores viajes de ultramar, las fronteras del mundo se fueron ampliando tanto a oriente como a occidente, descubriendo territorios tan vastos e inexplorados como África y América. 

Durante los tres siglos siguientes, en el mundo se fueron conformando dos actores, los dominadores y los dominados. España se había apropiado de los territorios de antiguas civilizaciones como los aztecas, mayas e incas de América; Portugal se adueñó de África y la parte oriental de América del Sur y, posteriormente entre Francia e Inglaterra se repartieron algunas tierras del Caribe, América del Norte, Asia y Oceanía. 

El mundo se fue conformando como un espacio en donde los seres humanos inventaron una línea imaginaria que dividió a la Tierra en dos grandes áreas. Los países de arriba se consolidaron como entes de poder, sometiendo a los países de abajo. Para finales del siglo XVIII, comenzó una carrera contra el tiempo vinculada al enriquecimiento de las naciones de arriba, a costa de los recursos de las naciones de abajo. Empezó entonces la Revolución Industrial y con ella el acelerado proceso de desarrollo económico. En medio de este boom, en Europa aparecieron las inequidades que estuvieron ocultas por siglos, lo que desató la famosa Revolución Francesa de 1789. Con ella los hombres buscaron llegar a obtener la tan ansiada libertad. Sin embargo, aunque se derrocó a la monarquía absolutista y se constituyó la República y se promulgaron los Derechos del Hombre, la brecha entre ricos y pobres no cambió en los siglos siguientes.

Con todo este antecedente nos cuestionamos ¿qué es la libertad?

Según el filósofo suizo Rousseau, “hay una división entre dos tipos de libertad. Hay libertad personal y libertad social. La libertad personal viene de los instintos básicos del ser humano y de su natural egoísmo. Un individuo actúa sólo si se beneficia. Rousseau también llamó a esta libertad como un estado de la naturaleza. La segunda, la libertad social, se logra cuando un individuo obedece los deseos de la voluntad general”[3].

Si tomamos en cuenta estas premisas, podríamos decir que la libertad humana siempre está supeditada a otros. Es difícil ejercer una plena libertad sin que este hecho esté vinculado con las demás personas. No obstante, creo que tanto hombres y mujeres nacemos libres, pero es la sociedad en la que nos desenvolvemos la que nos pone límites a esa libertad. 

El Islam considera a la libertad como un derecho natural del ser humano. La vida se vuelve carente de valor cuando la libertad no está presente. Cuando una persona pierde su libertad, su interior muere, aunque por fuera, continúe viviendo; comiendo, bebiendo, trabajando y siguiendo con las otras cosas de la vida[4].  

Analizando entonces la concepción occidental de Rousseau versus la noción islámica, podemos decir que la libertad es algo innato en el ser humano. Sin embargo, ¿cómo hablar de libertad en un mundo actual en el que unas naciones deciden el destino de otras? ¿Se puede hablar de respeto a las libertades cuando unos países invaden a otros, supuestamente para ayudarlos a alcanzar la tan anhelada libertad?

Savater dice al respecto que: “Sin voluntad no eliges y puedes quedarte ahí, pataleando y despotricando sobre un mundo que no te gusta. Todos estamos sometidos al tiempo y a la fatalidad, pero hay que interponer el mayor número de barreras, porque desde luego la libertad es una conquista"[5].

En el mundo de hoy, hay una práctica de la libertad, así como hay una práctica de la dominación. Actualmente, nos movemos, somos, vivimos, sufrimos, anhelamos, y morimos en sociedades en que se ejerce la práctica de la dominación[6]

No puede haber libertad, ni libertades si no existe respeto. Cuando se afianzó el poder de los países de arriba contra los de abajo, era obvio que el curso de la historia hiciera que los primeros sean quienes decidan sobre el destino de los segundos, ya que dio la casualidad de que estos eran los dueños de los recursos necesarios para los otros. 

Aquí hablar de respeto sería utópico, porque a causa de los intereses económicos y políticos, vemos en el mundo de hoy como las potencias han invadido a diversas naciones. Ejemplos de ello tenemos muchos, como Estados Unidos que ha intervenido en casi todo el mundo desde 1900 o Inglaterra que conquistó a la India. Pero las invasiones no se dan sólo por la vía militar, sino por otras como la globalización, un fenómeno que a lo largo del siglo XX se ha ido consolidando, junto con un modelo neoliberal capitalista en donde el libre mercado ha hecho que las naciones pobres dependan de vender y comprar productos a las naciones ricas y de ese modo asegurar la supremacía de las segundas contra las primeras. 

En medio de esto, ¿cómo se puede hablar de educación y libertad? ¿Qué modelos se deberían utilizar para poder enseñar a los estudiantes acerca de la libertad?

En un mundo tan cambiante como el actual y donde las sociedades se han vuelto cada vez más exigentes, es imprescindible que la labor del maestro vaya encaminada a ser una guía para que el niño y el joven tengan la capacidad de analizar lo que pasa en su entorno. También es fundamental que los maestros trabajemos en un concepto tan básico como la tolerancia y el respeto hacia el otro. 

En tiempos en los que la prensa nos bombardea todos los días con guerras, muertes, asesinatos, narcotráfico y violencia, es necesario que los maestros desarrollemos la capacidad crítica de los alumnos, a fin de que estos sepan diferenciar lo bueno de lo malo, y de que no se dejen alienar por los medios, sino que sean capaces de construir sus propios significados. 

Ahí considero que estaríamos haciendo de ellos personas libres, pues nosotros les daríamos las herramientas necesarias para que mejoren sus relaciones humanas y, hagan conciencia de lo que significa el respeto a los demás en todos los sentidos, no sólo en lo físico, sino en lo político, religioso y espiritual. 

Sin embargo, en una realidad como la ecuatoriana, hablar de libertad en la educación resulta paradójico si tomamos en cuenta que no todos tienen acceso a ella y los que la tienen, tampoco ejercen su derecho a elegir en qué institución desean estudiar. 

Desde tiempos coloniales adoptamos un modelo educativo en el que el profesor es el ente emisor y el alumno el receptor, como si fuera un cofre al que se le va llenando de cosas. Esto contribuyó a cortar la capacidad de síntesis y análisis de los niños y jóvenes. A esto hay que sumar el hecho de que por casi cuatrocientos años (entre 1551 a 1901), la educación ecuatoriana estuvo bajo el dominio de la Iglesia Católica, sin permitir que exista libertad de pensamiento, ni de culto. 

Pero a partir del triunfo de la Revolución Liberal se crearon los primeros institutos normales, ideados para la formación de maestros, así como la fundación de las primeras instituciones educativas creadas para mujeres y otras de carácter laico. Así se empezó a formar a una nueva sociedad que se desenvolvía en un país en proceso de desarrollo. 

No obstante, estas reformas no cambiaron mucho la estructura del sistema educativo, ya que los lineamientos utilizados en la enseñanza siguieron limitando la capacidad creadora del educando. Aquí es importante que estemos claros que, para lograr una educación para la libertad, es necesaria la participación de los profesores, los alumnos, la familia, la institución educativa, la sociedad, etc. Cada una de estas esferas debe posibilitar un clima de respeto y tolerancia, de autonomía e independencia para la educación en libertad[7].

La educación es apropiada, cuando se transforma en una educación de la libertad de o de la libertad para[8]. Por la primera expresión entendemos que se trata de la liberación de prejuicios, estereotipos y esquemas mentales de los adultos, que es preciso sacar de la mente del educador y del educando. Para ello es fundamental que los docentes se formen como entes de libertad y no como sucede en nuestro país, donde el magisterio ha sido estancado por la manipulación del partido político del MPD, cuya absurda alienación no ayuda a mejorar el sistema educativo, sino que lo ha dejado paralizado y a los profesores idiotizados. Una evidencia de este estancamiento fue la resistencia de la UNE al proceso de evaluaciones presentado por el Ministerio de Educación que en ese entonces estaba a cargo de Raúl Vallejo. 

Por ese motivo debemos insistir en que sólo el profesor que es "libre de", tiene el poder para producir un tipo de educación semejante a la que él ha recibido o se ha autoimpuesto.

Al estar "libres de" el educando y el educador están preparados para autorrealizarse como libres para juzgar a los demás entregarse sin prejuicios, dominar la naturaleza, ejercer el mando y otras funciones necesarias en la vida personal y social de los individuos[9].

En este punto debo señalar que el compromiso del educador es doble. Por un lado tenemos la obligación de asistir y ayudar al alumno a que corra su riesgo y arriesgarnos nosotros mismos ante nosotros y ante el alumno. Este compromiso tiene que ser liberador y no manipulador ni alienador. En el proceso educativo, el docente debe ir en búsqueda de la independencia de juicio y acción, porque cuanto menos necesite el alumno de su apoyo, a medida que progresa cronológica y escolarmente, mayor ha sido el provecho obtenido en el proceso enseñanza-aprendizaje.

Es importante que el educador respete la libertad del educando, pues es la única forma de lograr una mejor educación que ayude a nuestro país a salir de esa constante situación de ser dominado y se convierta en una nación donde el progreso y el desarrollo vayan de la mano con la formación de una nueva sociedad educada para ejercer su libertad con responsabilidad, justicia, equidad y respeto hacia los demás.


[1] Varios, Autores. “pautas para ser libre”. Artículo publicado en el portal Comunidad Educativa. Madrid. www.comunidadescular.educacion.es.
[2] Benítez, Lilyan y Garcés, Alicia. “Culturas ecuatorianas ayer y hoy”. Editorial Abya Yala. Quito. 1993. Pg.: 19.
[3] Amezquita, Alex. “Rousseau and Locke: The General Will”. Artículo “Rousseau y Locke: La Voluntad General”, traducido del inglés publicado en http://philosophy.eserver.org. Diciembre 1992.
[4] Varios, autores. “Concept of freedom in Islam”. Artículo en inglés de la Islamic Society of Massachussets, publicado en http://www.masjidma.com.
[5] Varios, Autores. “pautas para ser libre”. Op. Cit.
[6] Freire, Paulo. “La educación como práctica de la libertad”. Siglo XXI Editores. México, Pg.: 18.
[7] Cuevas, Bettina. “La Libertad”. Monografía publicada en www.monografias.com.
[8] IDEM.
[9] IBIDEM.